Y la puta salvó el día
<<Relato Hard Boiled>>
Tenía un pelo precioso, no llegaba a ser rubio, se mantenía en un tono
castaño prácticamente natural. El flequillo oscilaba según la insistencia con
la que chupaba, que en este momento era bastante… enérgica. A Roger le gustaría
cogérselo y marcar él el ritmo, hacer que llegara al final, como si pudiera
tragársela entera, pero se contuvo.
Estaba sentado en
aquella cama por trabajo, y aunque ella estaba entre sus piernas, no se podía
desviar tanto del asunto que le ocupaba. Se estremeció y la apartó bruscamente
empujándola los suaves hombros desnudos. Ella alzó la vista hasta los ojos de
Roger y sonrió. Se tomó la libertad de darle un mordisco juguetón justo en la
punta y se sentó modositamente contemplando la reacción de Roger. Desnudo de
cintura para abajo con su prominente barriga la escena era, cuanto menos,
patética. Llevaba una camisa holgada de mangas cortas que le llegaban hasta el
codo. Ella soltó una carcajada al ver la estampa. Roger se lo tomó como una
provocación y con sus grandes manos la cogió y la tumbó sobre la cama.
—¿Crees que puedes reírte de alguien como yo? —preguntó Roger.
Su cara estaba a escasos centímetros de los de ella, tenía la piel suave y
tersa, apenas llevaba maquillaje, algo que dulcificaba su mirada y dejaban
patente lo viejo que era Roger y lo joven que era ella.
—Sólo estoy disfrutando contigo, ¿no te habrás enfadado? —Le peinó y le
acarició la oreja.
Roger sabía que era la puta más deseada del club, por eso le estaba
costando una fortuna, que Silver era su dueño y que cuando se enterara querría
cortarle el músculo que ahora estaba tenso entre sus piernas. Le quitó las
bragas sin ningún reparo. ¿Qué tenía de malo que antes de sacarle información e
interrogarla se la tirara? Nadie se iba a enterar, de hecho contaba como
investigación policial. Se incorporó un poco para contemplar sus turgentes
pechos, llevaba un sujetador casi transparente de encaje rosa. Le gustaba así,
no se lo iba a quitar. Se sujetó con los brazos y hundió la cara entre sus
tetas. Era el paraíso. Ella se sujetó a sus hombros. Era viejo, pero hacia
flexiones todos los días, tenía unos brazos y unos pectorales que quisieran
muchos jovencitos.
—Ponte encima, pequeña —susurró.
Ella obedeció sonriendo y se sentó sobre él. Comprobó si estaba lo
suficientemente lubricada y pasó su pequeña mano por la boca de Roger, que se
excitó al máximo ante el olor, el sabor y las caricias. Ella se levantó para
luego introducírsela suavemente y con soltura, Roger gimió y ella hizo lo
propio. Movió sus esbeltas caderas rítmicamente, no demasiado deprisa, ya que
él estaba muy excitado. Cogió las manos de Roger y las colocó en sus pechos,
aumentando el ritmo. Gritó, se dejó caer sobre él bajando el ímpetu y le tocó
la grisácea barba. Roger puso las manos en sus caderas. Era preciosa, menudo
gusto tenía Silver. Ella se levantó y sustituyó su cuerpo por su boca, mientras
que movía la mano derecha arriba y abajo. Notó que se contraía y el líquido
caliente chocó contra su paladar.
La puerta, como si estuviera esperando a ese momento, se abrió bruscamente,
y cuatro tipos armados entraron en la habitación de hotel donde estaban.
Empezaron a disparar a diestro y siniestro sin preocuparse mucho de apuntar.
Roger, girándose lo más rápido que pudo, se tiró de la cama al suelo. La chica,
que había encontrado una de sus armas, empezaba a disparar a los hombres que
tan maleducadamente les habían interrumpido. “Por pistolas que no sea”, pensó,
alzando el brazo y cogiendo la que había dejado debajo de la almohada. Se unió
a ella en la resistencia. Uno de los malos ya estaba en el suelo muerto y otros
dos sangraban. El socio indemne los sacó como pudo de allí, dejando como dueño
de la habitación el más duro de los silencios.
—¿Quién coño eres? —le gritó ella, poniéndose en pie y buscando sus bragas.
Roger la miró con condescendía y se aupó como pudo de nuevo sobre la cama.
Sangraba. Tenía un balazo en el muslo izquierdo. Estupendo.
—¡Joder, te han dado! Espera, a ver qué encuentro en el baño, no te muevas.
La chica salió con unas toallas y un bote de lo que parecía alcohol.
—Esto te va a doler, pero como se te infecte será peor —dijo echándole sin
reparos el alcohol en la herida.
Roger gritó mientras se sujetaba la pierna como si temiera que ésta se
fuera ir sola de chupitos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó para intentar distraerse. Ella le miró como si
le hubiese preguntado la cosa más ofensiva del mundo.
—Erica —contestó finalmente.
Se había puesto los vaqueros y la ajustada camiseta roja. Realmente era
preciosa.
—¿Conocías a esos cabrones? —preguntó él.
—Yo te iba a decir lo mismo. —Terminó de limpiar la sangre, le puso una
venda y la sujetó con un trozo de esparadrapo—. Tienes que ir a un hospital, te
llevaré.
—De eso nada, hay que salir cagando hostias de aquí —contestó Roger
poniéndose los calzoncillos y los pantalones—. Como traigan refuerzos de la
siguiente no nos libraremos.
—¡Puta mierda, joder! John me dijo que Silver me había autorizado, creía
que eras uno de sus hombres.
—Ya… —Roger rió amargamente—. Resulta que tu John se vende barato.
—¡Hijo de puta! ¿Quién eres? —Había cogido la pistola y le apuntaba debajo
de la barbilla. Era aun más guapa cuando se enfadaba.
—Aparta eso de mi cara. —Y le tiró la placa que guardaba en el bolsillo del
pantalón.
Erica bajó la pistola, pero le dio un puñetazo con su mano izquierda.
—Eso es agresión a la autoridad, podría detenerte.
—¡Vete a la mierda! Silver me va a matar, se creerá que le he vendido. —Se
sentó en la cama sujetándose la cabeza con las manos.
—Es justamente lo que vas a hacer. —Erica levantó la mirada y se fijó en
los ojos azules de aquel jodido policía.
—No voy a decir nada a un puto poli. —Se puso las botas camperas y se
dirigió a la puerta.
—Vamos a ver. —Roger llegó hasta ella cojeando y evitó que la abriera
cerrando de un portazo por encima de la cabeza de la chica—. Pareces una chica
lista. Esto es lo que haremos. Me dirás dónde se suponía que iba a estar tu
hombre esta noche y le sorprenderemos.
—¿Qué estás diciendo? —Erica le sujetó la mirada sin sentirse intimidada—.
Tienes una bala en la pierna y quieres ir a por Silver… ¿No deberías estar
jubilado?
—Cumplo los cincuenta en agosto, todavía me queda para jubilarme. Venga,
vámonos.
—Me parece que vas a tener que conducir. —Roger se acomodó como buenamente
pudo en el asiento del copiloto y lanzó el llavero hacia ella.
—Esto tiene casi más años que tú —le provocó Erica, mirando el viejo
cadillac rojo y cogiendo las llaves al vuelo.
Encendió el motor y metió la marcha. Erica salió del parking del hotel y
tomó la calle principal, que les llevaba al centro de la ciudad.
—Muy bien, venga, ¿dónde está tu hombre? –Roger comprobaba que todas las
armas estuvieran cargadas. Llevaba un auténtico arsenal: dos 9 mm en el
cinturón, una traicionera y pequeña Derringer en su tobillo, otra Glock 9 en la
guantera y una siempre útil escopeta SPAS debajo del asiento, por si había que
ponerse serio.
—¿Las coleccionas? —Erica lo miraba arqueando la ceja.
—Venga, monina. Dime dónde está Silver. —Apretó los dientes ante una
sacudida de dolor, como si la pierna le estuviera diciendo: “Eh, tronco, estoy
desgarrada, sácame esta puta bala de aquí”.
—¡No me jodas! —contestó golpeando el volante—. Entiendo que a ti te de
igual morir, ¡pero a mí no!
Roger la cogió de la nuca y la empujó hacia el volante. Erica evitó el
golpe sujetándose con fuerza pero perdiendo el control del coche, que se había
desviado al carril contrario, donde los esquivaban a la desesperada sin dejar
de tocar el claxon.
—¡Puto viejo gilipollas! —gritó Erica volviendo a su carril.
—Llévame donde está Silver.
—¿Así es como agradeces que te haya salvado? —le increpó.
—¿Salvado? Tú no me has salvado de una puta mierda. Estamos los dos igual
de jodidos, Silver pensará que me has ayudado, así que puedes darte por muerta.
La única baza que tenemos es pillarles por sorpresa.
—¿Qué coño dices? —Erica meditó lo que Roger le decía y admitió que tenía
razón. El cabrón le había metido en un buen problema. Empezó a pensar
alternativas—. Tú eres poli, pide refuerzos.
—Me han prohibido intervenir.
—Ya veo que obedeces de puta pena.
—Es personal. —Dejó dos 9 mm en el regazo de Erica, quedándose él con la
otra, la Derringer y la escopeta.
—Me parece que no me queda otra —suspiró Erica, resignada.
—No.
—No era una pregunta, imbécil.
Erica tomó el desvío, se dirigían al norte de la ciudad, a las afueras. El
cargamento lo iban a recibir en un apeadero. Esas vías apenas se utilizaban, y
de noche menos. Silver tenía conocidos que trabajaban para él en todos los
putos huecos del jodido estado, y socios repartidos por quién sabe dónde. Don
comercial.
A Erica no le importaba matarle. No era el mafioso más honrado del mundo,
de hecho era un asqueroso violento y celoso con sus propiedades. Sabía que no
llegaría a mañana si no acababa con él, y aunque el poli que tenía a lado
tampoco era santo de su devoción, había que reconocer que tenía cojones o unas
ansias enormes de morir.
No tardaron mucho en llegar.
—No deberíamos acercarnos más en coche, nos oirán —dijo ella.
—Pues vamos.
Erica aparcó en el arcén y apagó el motor. Antes de salir, se guardó una
pistola en la espalda sujetándola con el pantalón, y la otra la llevó en la
mano derecha. Roger se resintió al bajar del coche.
—No puedes caminar…
—Cállate, tú ponte detrás de mí y no te alejes.
Erica le dirigía desde atrás. Por el camino, Roger se tropezó y ella tuvo
que ponerse a su altura para que se apoyara en el hombro. Con aquella oscuridad
casi tangible apenas distinguía los ojos azules del hombre, pero había algo en
su mirada que sí percibía y que impedía que le diera un porrazo y saliera
corriendo. ¿Era gratitud lo que transmitían sus ojos?
Avanzaron por el pequeño bosque, un montón de pinos diseminados que serían
sus aliados para evitar ser vistos. No tardaron en ver regueros de luz y voces que
rompieron el silencio de la noche.
—Aprovecha para coger aire —le dijo Erica.
Roger la hubiese mandado a la mierda con facilidad, pero se contuvo. Si
tenía que vivir, sólo lo conseguiría con ella.
—Hay tres tipos que siempre van con Silver —dijo ella—. Tres matones, sus
guardaespaldas. Es lo único que te puedo adelantar…
Roger la cogió por la barbilla y le plantó un beso.
—Da igual. Vamos a cargarnos a esos mamones.
“Sí, tiene cojones”, pensó Erica.
A partir de ahí, Roger tomó el mando de la situación. Aún cojeando llevaba
la espalda prácticamente recta, con la escopeta al hombro. Sacó la pequeña
pistola tobillera, la Derringer de dos tiros de las que llevaban los jugadores
en la manga, y se la tendió a Erica.
—Otra más para ti, por si las moscas.
Ella la cogió sin pensar y la guardó en la bota.
Se agacharon para contemplar la escena. Había una furgoneta abierta, un
coche con los cristales tintados y un tren de mercancías con los portones
abiertos detenido en las vías. A parte de Silver y los tres tipos que dijo
Erica, vieron otros cuatro hombres, no tan corpulentos pero sí armados, que era
lo importante.
—Son demasiados —murmuró la chica flaqueando.
—Si llegamos hasta el coche de Silver podemos usarlo de cobertura. Ve tú
primero, yo vigilo. —Erica asintió y se movió con agilidad hasta el coche,
acuclillada.
Según avanzaba, viendo lo que le costaba llegar, supo que Roger no lo
conseguiría. Preparó el arma y apoyó la espalda en el coche. Hizo un gesto a
Roger con su mano libre y contuvo la respiración. Él comenzó a arrastrarse por
ese suelo lleno de puñeteras piedrecitas. Casi había llegado al lado de Erica
cuando uno de los gorilas se tuvo que girar justo en ese momento.
Roger no atascó y disparó su escopeta quitándole al desgraciado media cara,
y acto seguido apretó el gatillo de nuevo, esta vez en dirección al tipo que
tenía al lado y que estaba quitando el seguro a la pistola. Falló y una bala le
rozó la oreja. Se tiró al suelo, llegando malamente al lado de Erica, que
permanecía sin descubrir su posición.
—Tú a los tobillos, espero que tengas buena puntería —le dijo a la chica.
Roger se incorporó, con su escopeta vomitando muerte. Le hizo un bonito
agujero al tipo que casi le quita la oreja. Los otros estaban detrás de la
furgoneta, escondidos como gallinas. De un tiro hizo añicos el cristal, lo que
le permitió tener más a tiro a los otros. Oyó una puerta agujerearse demasiado
cerca. Erica voló la cabeza al que intentaba matarle desde el vagón.
—¡Vaya puntería, princesa! —Roger aprovechó para cargar la escopeta.
—¡Esas tetas las conozco yo! —gritó una voz, que debía de ser la de Silver.
Roger la mandó callar con un gesto y volvió a disparar. Las balas volaron.
En el tiroteo, dos alaridos indicaron otro par de bajas entre los matones de
Silver.
Se giró de nuevo hacia ella y le indicó que lo siguiera, iban a cubrirse en
el otro lado de la furgoneta. Se pusieron en movimiento.
El gorila de Silver que quedaba en pie les sorprendió a medio camino. No
habían tenido tiempo de reaccionar cuando un disparo les ensordeció. Roger cayó
redondo al suelo y todo se volvió negro para él.
—¡No! —El grito de Erica rebotó en todas las paredes del apeadero.
La adrenalina tomó el mando de su cuerpo y tumbó al gigantón con un disparo
limpio en la frente. Una lluvia de disparos estampándose contra la chapa de la
furgoneta o perdiéndose entre los matorrales fue la respuesta.
—Así que ahora mi puta me dispara —se hizo oír Silver por encima del
follón.
Erica tomó aliento, cerciorándose de las balas que le quedaban en aquel
cargador. No demasiadas. Quitó el seguro y avanzó agachada con la espalda
pegada a la maltrecha furgoneta. Al llegar al capó, se asomó lo justo para
colocar una bala en el último esbirro de Silver, uno al que no había visto en
su vida. “¿Ya está?”, pensó, animada. “¿Sólo queda Silver?”. Por un momento,
una sensación de triunfo y seguridad la invadió. Por un momento.
La mano de Silver se cerró entorno a su muñeca y la apretó con fuerza,
golpeándola contra el vehículo. La pistola cayó al suelo.
—Sabes lo que les hago yo a los desagradecidos de mierda que se rebelan
contra mí —susurró a su oído, empujándola contra la furgoneta con su cuerpo.
¿Estaba empalmado el puto psicópata?
Silver lamió su cuello en un intento de ser sensual. La mano de él sujetó
las dos muñecas de Erica por encima de la cabeza, mientras con la otra, tras
tirar la pistola, la estaba metiendo mano por dentro de los pantalones.
—Espero que te duela.
La agarró del pelo y la estampó contra el suelo. “Segunda vez en el mismo
día que casi me rompen la nariz”, pensó ella. Erica se quedó quieta observando
el siguiente movimiento de Silver. Se estaba desabrochando el cinturón.
Quizás tuviera una oportunidad.
Silver volvió a coger la pistola, amenazando a la chica al mismo tiempo que
le bajaba los vaqueros hasta las rodillas. Tiró el arma que guardaba Erica en
la espalda en dirección al bosque. Le subió las caderas para tener pleno acceso
a ella. Acariciaba su espalda con la pistola, pasándola también por entre los
muslos.
—Voy a acabar contigo en todos los sentidos, pero primero me voy a correr.
La penetró con fuerza por detrás, y Erica no pudo reprimir un grito. Silver
sonrió y arremetió más fuerte. Erica intentaba relajarse, sino la desgarraría.
Él se movía con violencia.
Aumentó las embestidas y Erica notó que estaba perdiendo la coordinación.
Aprovechó el momento para revolverse bruscamente, dando la vuelta y usando la
fuerza de la inercia en un puñetazo contra el costado de él. Eso le dio tiempo
suficiente para coger la pistola que tenía guardada en la bota, la que le había
dado Roger. Tampoco se lo pensó esta vez, apuntó y disparó a Silver en los
huevos. Éste la miraba aterrorizado con lagrimones en los ojos.
—Maldita puta de los coj… —Erica acabó el trabajo con un tiro en la cabeza.
Tras abrocharse los pantalones, buscó con la vista la otra pistola, la que
Silver le había quitado de la cintura y arrojado hacia el bosque. No la
encontró. No pudo hacerlo. Oyó un fuerte estampido seguido de un dolor ardiente
que le hizo caer de espaldas. El hombro izquierdo estaba sangrando.
Oyó a alguien bajar del tren de mercancías que creía vacío. Miró de reojo y
vio a otro matón, que se acercaba a ella con cautela. Erica, presa del pánico,
miró a su alrededor. Silver aún sujetaba su pistola. Se estiró una primera vez,
pero el dolor del hombro la obligó a encogerse. Concienciada del peligro,
repitió la acción, alcanzó el arma con la punta de los dedos y, antes de que el
esbirro se diera cuenta de qué ocurría, le abrió un agujero en el pecho. El
hombre se sacudió por el balazo y disparó dos veces antes de caer.
La herida del hombro de Erica no dejaba de sangrar. La presionó y creyó que
se desmayaría por el dolor. Por un instante perdió las fuerzas y la vista se le
nubló, pero consiguió seguir consciente. Se puso en pie malamente y se acercó a
donde estaba tendido Roger. Le buscó el pulso. Cuando puso los dedos en el
cuello, el policía reaccionó y le agarró la muñeca.
—¡Joder, qué susto! —gritó ella—. Creía que estabas muerto.
Él tenía un agujero en el costado, lo que hacía que casi toda su camisa
estuviera empapada de sangre.
—Es hora de irse —le dijo.
Entre profundas sacudidas de dolor, consiguió meter al hombre en el asiento
trasero del coche con cristales tintados. Los dos estaban perdiendo mucha
sangre, pero lo habían conseguido, no podían morir ahora.
Erica miró por el retrovisor. Roger mantenía las grandes manos en el
costado.
—Háblame Roger, ¡no te duermas! —Roger intentó reírse, pero en su lugar
apretó los dientes. Había músculos que era mejor no mover.
—¿Quién te lo iba a decir? Toda una heroína. Obligada a venir, pero una
heroína —farfulló. La voz se le antojó a Erica el susurro de un moribundo.
—Sí claro, chupo pollas y pego tiros —contestó ella para atraer su atención
y mantenerle despierto.
Erica voló, afortunadamente la carretera apenas estaba transitada. Llegó al
hospital derrapando.
—Ya estamos, te pondrás bien —dijo, intentando creérselo ella.
—Te han dado. —Roger reparó en la herida de su hombro.
—Sí, ahora nos lamemos las heridas, tú tranquilo.
Necesitaron varios celadores para colocar a Roger en la camilla. Erica
observaba el esfuerzo. No sabía cómo había podido con él ni con nada. Puede que
igual si fuera una heroína.
Relato incluido en el Nº12 de Ánima Barda
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