Crítica: Homeland, segunda temporada
Los Globos de Oro la han encumbrado un año más, la audiencia también ha respondido. Showtime ha creado una mina, ¿inagotable?
Tenía pendiente el análisis de la última temporada de esta estupenda serie. Que saliera tan laureada el pasado domingo no ha hecho sino reafirmar mi opinión. Es una serie grande entre las grandes.
Voy a dejar los elogios y las babas a un lado. Y me voy a hacer una pregunta simple, ¿por qué me ha gustado tanto? Creo, firmemente, que esta temporada ha estado mejor que la anterior. Es más rápida, las subtramas son más sólidas y el ritmo es vertiginoso en todos los capítulos.
Cuando acabó la primera, de esa forma tan horrible para Carrie (Claire Danes), pensé: “¿Y ahora, van a seguir mareando la perdiz?”. Pues, rotundamente, no. Si hay algo que está claro en esta temporada es la fidelidad de Brody (Damian Lewis), que el pobre, tengo que añadir, sufre lo innombrable. Con lo cual no es más de lo mismo, es una evolución.
Trama que, además, está más centrada en la carrera política o presidencial, sin dejar de lado el terrorismo, por supuesto, y donde nuestros amados guionistas dejan bien claro que los buenos no son tan buenos, y los malos son malos, sí, pero tienen sus motivos. Lejos de excusarles, recordemos que sigue siendo una serie americana.
Pero si hay algo que me gusta más que la trama de espías, son los personajes. Carrie y Brody nunca serán felices ni tendrán una casita en un lago con un perro y tres churumbeles, eso hay que dejarlo claro. Qué bien se han ganado los globos de oro por su interpretación. Quiero resaltar la de Damian Lewis. Si en la primera temporada era famosa su cara de póker, que no sabíamos nunca de que pata cojeaba, aquí se desmorona, se humaniza y no es tan fuerte como en la primera.
Claire Danes está maravillosa, ¿hay alguien que ponga mejor ojos de loca que ella? Sin embargo, esta serie no es tan buena gracias a los protagonistas, es tan buena porque tiene un regimiento de grandes secundarios. Mi debilidad es Saul (Mandy Patinkin), y es que Iñigo Montoya no podría pasar inadvertido; lo suspicaz que es, lo reservado, cuando toma el rol de la figura paternal de Carrie, lo tajante. Me alegra que en la tercera temporada vaya a tener más protagonismo.
Una de las novedades que nos ha dejado la segunda es Quinn (Rupert Friend), personaje del que he desconfiado, pero alguien tan taimado como para interrogar a Brody de la forma en que lo hizo no podía ser malo. Me ha encantado, y espero febrilmente que en la tercera tenga un hueco.
No todo iba a ser maravilloso. Mi paciencia la han roto en numerosas ocasiones la pareja de petardas encarnada por la esposa, Jessica (Morena Baccarin), y su insufrible hija, Dana (Morgan Saylor). De esta última me esperaba mucho más. Descontando que el drama adolescente me lo hubiese ahorrado ?estoy sumamente harta?, el cual ha dejado más que patente el egoísmo de la niña. Este personaje es el que más sabía de la vida que llevaba Brody, más que su madre. Y lejos de entenderle, se enfada y no respira. Las odio, no hay personajes más egoístas como los de ellas dos, sólo piensan en su bienestar, en lo que sienten ellas, ¿y Brody? Estamos hablando de un posible atentado terrorista… ¡Petardas!
Como conclusión, no me canso de recomendar esta serie. Tanto si te gustan las tramas de espías como si no. Porque es más que todo eso. Han conseguido que ningún capítulo sea de relleno, el hilo argumental mantiene el ritmo durante los doce episodios, y eso es algo tan raro que merece la pena comprobarlo. Porque de regalo te encontrarás con unos personajes que te calarán y acabarás maldiciendo al director y a los guionistas, puesto que… ¡no pueden acabar una temporada así!
¡Juzga por ti mismo!
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