Crónica: La Habitación Roja en la Penélope.
La habitación roja actuó este sábado, 9 de febrero, en la sala Penélope de Madrid. Los valencianos colgaron el cartel de no hay entradas y deleitaron al público con sus clásicas y sus nuevas canciones.
No voy a hacer una crónica tradicional de lo que fue el concierto. Ya hay muchas circulando por la red y, obviamente, más profesionales. Fue un auténtico horror de noche.
Siendo positivos, que fuera a ver a Jorge Martí y los suyos me sirvió para conocer a sus teloneros, anunciados en el país de ningún sitio y de la desinformación, los Marcus Doo & The secret family. Un grupo folk, muy british, donde todas sus melodías iban en crescendo, con la voz tan cálida y maravillosa del cantante y los agudos a cargo del señor del bajo, tan bueno como pintoresco. Pop-rock cósmico y encantador.
Que me gustaran tanto los teloneros, insisto anunciados en ninguna parte, me hizo sospechar. Eran las nueve pasadas de la noche y tuve la extraña sensación de que el concierto se me iba a hacer largo. Malos augurios que luego se personificaron.
La Habitación Roja salió con muchas ganas. A sus pies, un público VIP de su quinta con intenciones demasiado manifiestas de emborracharse y no de disfrutar de la música. Algo que fue patente durante toda la noche. Señores, que poquito respeto. La sala estaba abarrotada. Yo era una primeriza. Nunca había tenido la oportunidad de disfrutar del directo de estos chicos, bueno, no tan chicos. Y… aunque hay que reconocer que suenan muy bien, me esperaba más mediostonos. Me pareció demasiado ruidoso para su tipo de música.
La voz de Jorge Martí me decepcionó. No sé si era por la emoción o por qué, pero no estaba en plenas facultades. No llegó a los altos ni a los bajos, y en ocasiones le puso la guinda con varios desafines.
Y es que el chaval tampoco me cayó bien. Y en mi opinión, salvo los VIPs energúmenos, no se supo ganar al público. Un público que estábamos como sardinas en lata y encima aguantando a los que se creen fotógrafos, pero eso es aparte. Yo voy a un concierto a escuchar música, a pasármelo bien escuchando música, y a conocer más de cerca al cantante entre canción y canción. Pues bien, Jorge Martí que no se le reconoce por tener letras, digamos… positivas, se dedicó a recordarnos, como si no lo supiéramos, lo mal que está la situación, Bárcenas, la crisis… Lejos de empatizar, no se ganó un fuerte aplauso ni de cerca, intentó fallidamente sacar nuestro espíritu revolucionario sonando la edad de oro o el eje del mal. En serio, no voy a un concierto a que me den sermones. Jorge me pareció demasiado ácido.
Por no hablar de las pullas que soltó de que “nunca le dejaban tiempo” y “nunca podían tocar todas las canciones”. Tío, hoy sí, tienes más de dos horas si quieres, no te quejes, disfruta. Pues no. Me transmitió demasiado rencor, no buen rollo. Y eso, gente, no me va nada.
Ayer, última canción antes de su bis, hizo que todos los que estábamos ahí cantásemos y gritásemos. Y es una canción con la que hubiese culminado, yo personalmente, para eso la hemos votado como la mejor del año. Para despedirse hicieron que el público se sentara para disfrutar, en silencio por fin, de los acordes de No deberías, hasta que el ritmo se intensificó y todos nos vinimos arriba. Un broche final no tan eléctrico ni tan intenso como se esperaba.
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