13 de julio de 2015

Crítica: Bloodline, 1º temporada. Climática.

Esta serie de Netflix es una de las sorpresas de la temporada. Una familia, secretos, una oveja negra, los Cayos, rodada con una calidad exquisita… Pintaba bien y ha acabado muy bien.

El primer episodio te engancha. Durante toda la serie se han sucedido los flashforwards y los flashbacks. Perfilándonos una familia que no es lo que parece, donde cada miembro esconde algo, o no es tan bueno o tan perfecto como se podría suponer que sería desde un punto de vista superficial.


Todo comienza cuando el hermano descarriado, Danny, llega a Los Cayos, al hotel/complejo que regentan sus padres para la fiesta de su padre. Por su estética sabemos que es la oveja negra, tiene pinta de guarro hablando llanamente, siempre tiene un cigarro en los labios, mirada profunda y despierta… Nada que ver con sus otros tres hermanos. El bueno es John, interpretado por Kyle Chandler —¿soy la única que se acuerda de Edición anterior?—, la hermanita de momento engaña a su novio (lo sabemos en el primer capítulo) y el pequeño es un desastre adorable. Los padres están encarnados por la eterna Sissy Spacek y Sam Shepard.


En fin, la historia te engancha porque está cuidada al milímetro, la información que nos van dando para crearnos ese marco completo de una familia perturbada por algo que ocurrió hace demasiado tiempo.

Eso está muy bien, pero parte de su fuerza es el filtro violeta que tiene, volviendo todo cálido pero frío, con los verdes y azules muy verdes, con los planos de esa estupenda playa de un color como si lleváramos gafas de sol. Y ya no solo se trata del color, sino de esos planos. Donde las esquinas siempre están difuminadas, donde el espectador parece un mirón, alguien que los observa sin que se den cuenta, desde una habitación entreabierta o desde las escaleras. Mucha sutileza, mucho gusto y mucha originalidad.

Según avanza la temporada sabemos más del pasado, pero también más de cómo va a ser el futuro, ese punto de inflexión, ese final. Recurso por el cual hace que veamos los capítulos de tres en tres. Los primeros se centran en Danny, y empatizas con él, sientes lástima, porque paralelamente descubres lo humanos y poco perfectos que son los demás. Pero de cara al final de la temporada, en los últimos cuatro capítulos Danny, va mutando. Es sutil, empieza despacio. Desde luego esta temporada es de Danny y deberían nominar a este actor, Ben Mendesohn, lo merece porque hace un papelón. Esa mirada. Es muy buen personaje, muy bien llevado y muy bien interpretado. Para estas cosas haces una serie en vez de una película, para plasmar la evolución del personaje.


Digamos que no son solo líos familiares, también hay contrabando. John es detective y tiene que investigar la muerte de dos latinoamericanas porque, al parecer, trafican con ellas. Por otro lado el amigo de toda la vida de Danny trabaja para unos «mafiosos». Todo esto confluye en el apoteósico final.


Lo bueno del desenlace es que a pesar de que ya teníamos imágenes, que sabíamos cómo iba a terminar, lo que nos motiva es saber cómo llegan hasta ahí. Pues bien, aparte de alabar este recurso que se aleja del esquema lineal, aun así logra sorprendernos. Juegan con que nos figuramos en qué momento va a ocurrir… Bueno, pues solo digo que nos sorprenden.


Por decir algo negativo… puede que algunos capítulos se hagan lentos. Pero es su ritmo, hay que entenderla tal cual es.


Así que la recomiendo como una pequeña joya, si el año pasado fue The affair, este año es Bloodline. Ese thriller que no sabes muy bien cómo etiquetar, una historia de personajes, una historia de secretos, una historia con gusto. 

¡Juzga por ti mismo!

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