Crítica: House of cards, tercera temporada. Intensísima.
La tercera temporada de la ficción política de Netflix es
intensa, oscura y muy adictiva. Y hace que nos replanteemos de qué bando
estamos.
Esta tercera temporada es diferente a sus dos predecesoras.
Si bien las dos primeras encontramos a un Francis manipulador, estratégico
dispuesto a hacer lo que sea por acercarse al despacho oval, con muchos frentes
abiertos, en esta es distinto, porque evidentemente ya es el presidente. Y se
produce un choque, nos vamos dando cuenta capítulo a capítulo. Pero se hace palpable,
tangible explotando en el último.
En esta temporada Francis es menos dueño de
sus actos, depende de los demás, no es el líder de sus decisiones, y es que, amigos, ese es el poder y su responsabilidad. Francis ha llegado hasta allí,
ahora tiene que mantenerlo y usarlo como es debido.
El detonante de esta temporada es Petrov, es Rusia. Netflix
ha creado un presidente ruso maravilloso, que comparte unos diálogos, unos
pulsos verbales con Francis dignos del mejor guionista, afiladísimos. Es
encuentro y todo lo que provoca después es el eje central de la trama de la
tercera temporada de esta serie política.
Mientras, fluctúan otras subtramas. Voy a destacar la de
Doug. Con el final de la segunda temporada nos creíamos que había muerto. Y
cómo va a morir un personaje tan genial, en serio quiero un Doug en mi vida.
Bueno, el caso, en esta es más petardo. Le apartan de la Casa Blanca por su
periodo de rehabilitación a causa del golpetazo en la cabeza, y luego… en fin, se
sigue acordando de Rachel. Menos mal, menos mal, que en el último capítulo
cierra esta subtrama porque en algunas partes se me ha hecho pesada. Ya no por
el contenido, sino porque me parece que han desperdiciado «poniendo
sentimientos» a un personaje que no necesitaba tenerlos, lo podían haber
empleado de otra manera, con lo que mola. En fin, tengo muchas expectativas
para él en la cuarta, que vuelva a ser el mismo principalmente.
La otra subtrama central es la de Remy y Jackie. El primero
enamorado, la segunda entre dos aguas, como siempre. No termino de entender por
qué Francis actúa tan… tan tajante, con tan poco tacto. Bueno, no he dicho que
esta serie sea perfecta.
Pero analizándolo con un poco de perspectiva el
protagonista —la protagonista— de esta temporada es Claire. Robin Wright se
merece algún premio por su sutileza, es perfecta, y, aun siendo complicado
descifrar sus sentimientos, se la puede leer, es maravillosa. Francis y ella no
son igual de cómplices que en las anteriores, y ella está decepcionada por
poner algún calificativo; porque es una vorágine de sentimientos. Además, una de
la cosas que me encantan de este personaje es que no tienes ninguna certeza con
ella, sientes todo el tiempo que se le va a cruzar el cable y te la va a liar.
De hecho, en Rusia, la lía. Y ya sabemos que lo impredecible es genial.
Visualmente mantiene el nivel que las temporadas anteriores,
introduciendo en los últimos capítulos una potente banda sonora que
retroalimenta la atmósfera de thriller, la mano de David Fincher se nota. Es un
lujo verla.
No quiero meterme en los debates morales que plantea, una
vez más, siempre en el limite de lo lícito, de lo decente. El discurso, al ser
presidente, cambia, y claro, con más responsabilidades tiene menos libertad para
actuar. Plantea cuestiones interesantes del liderazgo, muy interesantes.
¡Juzga por ti mismo!
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