Crítica: La La Land (La ciudad de las estrellas), de Damien Chazelle. Sobrevalorada.
Soy
fan de los musicales, me encantó Whiplash, adoro al binomio Emma-Ryan. Cabe
concluir que la película necesitaba poco para conquistarme. Pues no lo ha
hecho. Porque…
Principalmente, solo los sesenta primeros minutos entrarían en género «MUSICAL», después no hay números, no
hay canciones, solo la intimista que canta Emma Stone en la audición. Me siento
estafadísima.
Voy
a aclarar que la película tiene muchas cosas buenas, y la estoy juzgando
partiendo de un nivel alto, partiendo de Whiplash.
Con
esto en cuenta, la historia es una vuelta de tuerca de la mencionada Whiplash,
pero sin un personaje como el que interpretó J.K. Simmons —personajazo—. Aquí, en La
La Land, sigue ese discurso: el esfuerzo que supone triunfar. Ella, aspirante a
actriz; él, pianista de jazz. Sin embargo, esa mezcla que supone la sencillez de
un musical y la profundidad que ha querido darle Chazelle en su discurso no me ha convencido, porque evidentemente se queda en lo superficial, aunque hay una
clara intención dramática. Está muy lejos de lo que evoca, de los musicales
clásicos que con tanto mimo ha conmemorado, y ha brindado cariñosos guiños que han conquistado a «la crítica» como ente, sobre todo a la americana. Porque,
curiosamente, también aborda cómo ha cambiado la industria del cine,
mitificando esa edad dorada de la mano de Ingrid Bergman o Rebelde sin causa.
Esto es perfecto, optar por el elemento nostálgico y lograr hacerlo bien nos
asegura muchas estrellas. Y esto hubiera estado bien si se tratara de un
musical como los que tanto alaba, y no se convirtiera a la mitad en la manida y
controvertida lucha que es tener que elegir entre el amor o la profesión.
Creo
que Chazelle ha intentado tener todo: un musical (porque la categoría
comedia-musical suele estar desangelada, ya ves, se la dieron a Marte), un
discurso sólido y referencias y guiños potenciando el factor nostalgia. Y no.
Esto no es un musical. Porque los créditos comiencen con la escena del atasco, y
luego en media hora haya dos numeritos más, no lo convierte en un musical. Hay
cuatro canciones: el tema de los coches que cantan todos, el tema de ellas
arreglándose, el de Ryan y Emma cuando salen de la fiesta —el del cartel de la
peli— y el de Ryan y Emma en su casa (aunque, si contamos ese, El bar Coyote
también es un musical).
Claro,
pienso en Mamma Mia, que oportuna y causalmente está sonando ahora en mi
playlist, o en El fantasma de la ópera, o en Molin Rouge, en el casi independiente
Across the universe o el menos conocido y maravilloso Amanece en Edimburgo, y me
parece aún más de chiste catalogar esto como musical.
Evidentemente
la escenografía está cuidadísima, es una peli bonita de ver, porque el arte
está muy cuidado. Y de la mano de esta afirmación va la profunda incoherencia
entre lo estético, lo argumental y la ambientación temporal. Algo que a lo mejor
hubiese perdonado si me hubieran cantado más, pero que ahora voy a remarcar.
Están
en el 2016, supongo, hay un Prius —con su correspondiente chiste—, así que es
moderno, es actual. Bien, pues el factor nostalgia les ha explotado en la cara
no integrando la tecnología en la historia. Algo tan sencillo como un móvil, un
mail, hubiese solucionado varios conflictos que plantea Chazelle, lo típico de
«no he podido avisarte», ¡una mierda! Si no quieres integrar la tecnología,
porque quieres que tenga ese toque clásico, ambiéntalo en los putos años
sesenta. Esto es una chapuza.
Los
personajes. El de Emma Stone, Mia, tiene momentos incoherentes. Tras abogar por
«tenemos que hacer lo que nos salga, para ahorrar y poder luego invertir en lo
que queremos», en la disputa, a la que no se han molestado en hacerle ni una canción
triste, ella le recrimina que por qué ha firmado por algo en lo que no cree.
En
este momento todos estamos con el personaje de Ryan Gosling, Sebastian; nos
quedamos picuetos ante semejante contradicción, ahora que él ha decidido ceder,
teniendo un fin mayor, ella se lo echa en cara. Creo que esto es fruto de la
necesidad de crear un conflicto por crear, por seguir ese esquema que es chica
conoce chico, se enamoran, es todo perfecto, conflicto, reconciliación. Y no me
parece creíble esta reacción, desde luego. Hubiese sido más coherente que se
hubieran separado porque las carreras de cada uno les fueran distanciando, pero
claro, joder, Cris, dónde está el punto de inflexión y el drama en algo que se
cuece lentamente.
Ryan
Gosling está en su medio, desde luego, se le ve cómodo, es natural, la
complicidad que tiene con Emma Stone es evidente. Pero ésta no me ha gustado
tanto, he visto muchas películas de ella y su actuación aquí no es de mis
favoritas, los zooms y primeros planos tampoco la favorecen, está muy exagerada
en los momentos dramáticos.
Si
tengo que destacar algo muy positivo de esta historia es el final, me ha
encantado. Es un golpe en la mesa para esos finales felices, es como: ¡Eh! Se pueden hacer
buenos finales sin que la chica acabe con el chico. Aun así, es incoherente de
nuevo que ella no sepa que ha abierto un club, por ejemplo, en la era de Facebook, o incluso del teléfono, es poco creíble que hayan perdido el contacto. Pero con
esto al margen, pensando que son los años sesenta y que no han podido mantener
el contacto, es un ejemplo de que los desenlaces se pueden alejar un poquito
del manual y del esquema más que estipulado.
Recomiendo
la película porque es ligera, es bonita y, a todo el que es artista, le dan aún
más ganas de «luchar por sus sueños»; pero no es el mejor musical, no es la
mejor película de Chazelle y no hace que salgas del cine bailando y cantando
(que es lo que debe provocar cualquier musical).
¡Juzga por ti mismo!
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