11 de abril de 2017

Yo nunca...


Fijaos, yo nunca me he visto en la situación de justificar lo que hago, cómo trabajo… Pero como estamos en un microuniverso que parece moverse por «no hay nadie que haga esto salvo yo», pues me he sentido en la obligación de defender mis maneras, mi «filosofía», que doy por sentada o considero que forma parte de la casa de cada uno. Pero como si no hablas, no existes, voy a hablaros de lo que ya llevo haciendo unos años.


Yo nunca he abanderado «comercialmente» causas, aunque por dentro mantengo unos valores —Pero qué mierdas me estás contando—.

El feminismo. F E M I N I S M O. En un post de Pulpture yo nunca he puesto «convocatoria feminista». Sin embargo, miro con lupa cada relato para que no se cuele ningún machismo gratuito y poco relevante para la historia. Algo que llevo haciendo más concienzudamente desde hace casi un año. Aunque yo nunca lo haya pregonado.

Diréis, bueno, pregonando no haces nada malo, incluso das visibilidad. Sí, y puede. Todo depende de cómo lo expreses. Estoy harta de ver, harta, gente que abandera el feminismo como reclamo publicitario, «eh, la literatura que vendo es feminista. Mirad qué buena persona soy. Además no solo es feminista, sino inclusiva, y por supuesto animalista». Qué queréis que os diga, populismo barato. Del peor. Pero aún llevo peor las personas que abanderan cualquier causa y hablan de ella, o de la labor que ellos creen estar haciendo, como si nadie en el mundo estuviera remando también —y mucho antes— en esa misma dirección. Un «Eh, miradme, mi ombligo es el más importante, apartaos, he llegado, vosotros no tenéis ni idea, yo sé lo que es bueno, porque nadie como yo entiende este movimiento». Un «menos mal que he llegado para hacer las cosas “bien”». Oye, perfecto que estés tan pagado de ti mismo, la confianza es un plus, siempre. Pero si te metes en la arena, preocúpate quién la ha pisado antes y no vayas de único. Dime por qué haces las cosas, por qué piensas eso; no lo justifiques, con tu perspectiva subjetiva, con un «hace falta, nadie más lo hace». Porque, a los que estábamos antes, nos ofende, porque más o menos, bien que mal, ya estábamos trabajando antes, ya nos hemos manchado las manos y tenemos arena en las sandalias.

Yo nunca he dicho a ninguno de mis autores que me escriban una historia feminista. Puede salir una gran mierda trascendental de todo eso. Pero sí cojo el rotulador para tachar descripciones físicas demasiado detalladas de mujeres, actitudes demasiado estereotipadas y machistas. Y les animo a que la siguiente historia o relato que me entreguen lo protagonice una mujer, si el que me han entregado lo ha protagonizado un hombre.


Soy firmemente feminista, y creo que las buenas historias son con las que no nos damos cuenta de todo esto, donde todo es tan natural que no nos llama la atención, donde lo subliminal es lo que va adoctrinando, creando nuevos estereotipos y destruyendo los clichés. Justamente en las historias que ya están planteadas. Es fácil escribir algo feminista, o visibilizar lo malo que es el machismo, y quien lea eso ya sabe que se va encontrar algún «sermón» que otro, un personaje poseedor de superioridad moral que guiará al protagonista y al lector hacia el buen camino. Lo difícil es corregir las pequeñas cosas, los micromachismos, hacérselo ver al autor. Y que luego esa historia se consuma sin lazos morados, pero habiendo modificado y corregido esas actitudes, esas situaciones.

Un ejemplo. Hace un tiempo me llegó un relato que estaba escrito periodísticamente, tomando testimonio de varios personajes. Casualmente todos los testimonios de cargos importantes (políticos, militares, académicos) eran masculinos, y los dos testimonios femeninos eran secundarios y no tenían un puesto de poder. Esto me llamó la atención, y como para la historia no cambiaba nada, le hice modificar el nombre de estos personajes, y volverlo así igualitario. Quien lo lea verá un relato donde hay cuatro testimonios masculinos y cuatro femeninos, con cargos parecidos, y pasará la página. Porque esta es la base del feminismo. Esto es lo que debería ser normal. Paridad. Igualdad.

Esto es así, pasa siempre, nos pasa a todos. Es inevitable a tod@s se nos cuelan machismos, de lo arraigado que lo tenemos. Y yo corrijo todo lo gratuito que veo. Aunque yo nunca hable o escriba de ello en las redes. Ese es mi trabajo de editora.

Yo nunca voy de especial. Esta es la otra cosa que me calienta hoy. Va unido a abanderar causas, aunque es mucho más vacuo. Insisto, libertad de expresión, cada uno puede hablar y decir lo que le da la gana de lo que hace. Pero, claro, si compartimos sector, me afecta. Y si dices que tú trabajas de tal manera, dando a entender —malamente— que nunca te has encontrado a nadie que lo haga así, pues me ofende.

Hoy en día das una patada y te salen editores. Todo el mundo es editor, o tiene un editorial, o una publicación. Perfecto. Porque así hay más mercado y la gente lee más, que esa es la finalidad primordial. No es competencia, nos complementamos. Como una calle llena de bares. Estamos fomentando el consumo entre todos. Eso siempre está bien. Hasta aquí, genial. Pero estoy hartísima del «porque nadie lo hace», ¿te has molestado o sabes cómo trabajan los demás, acaso? Porque con tu comentario de omisión das por sentado que los demás no trabajamos igual de bien que tú, y eso cuanto menos subjetivo, y además me revienta por dentro, porque de lo que tu presumes es algo que llevo haciendo varios años ya.


Y digo yo, en vez de intentar llegar a la cima —imaginaos los castellets—, en vez de intentar llegar arriba pisando, a lo bestia, haciendo tambalear la base, ¿por qué no intenta uno hacer lo que cree mejor dentro de su parcela y deja la de los demás? ¿Por qué no sube despacito, ayudándose, o, por lo menos, sin molestar a los otros?

Yo nunca he dicho que mis libros son los más bonitos, los más cuidados, los mejor diseñados. Yo nunca he dicho que mis antologías están formadas por los mejores escritores de género de nuestro país. No lo digo porque no es verdad, porque eso es cuestión de gustos, y eso, desde luego, tienen que decirlo los lectores. Yo nunca he usado «publicidad agresiva» de ese rollo. Subiéndome a la chepa del de delante aunque estemos casi al final de la cola, para que me elijan a mí y me suban al escenario.

El trabajo nos retrata. Pero las redes hacen mucho ruido, y a una se le acaba la paciencia y tiene que explotar contra un teclado y vomitar una opinión más.

Yo nunca he dicho que mi opinión sea más válida que la de enfrente. Pero es la mía; ya sabéis, como los culos. 

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