Reseña de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
Este es mi segundo libro de las tres distopías clásicas (1984, Un mundo felíz). Si 1984 me dejó bastante fría con este he ardido. Lo he devorado, me ha llenado y me ha encantado. Introduzco que es demasiado real, puesto que muchos conceptos que él introduce, allá por 1953, es hoy nuestro presente y nuestro día a día.
Os pongo en situación, sigue un poco el mismo esquema que en 1984: el protagonista se da cuenta que es “esclavo” de un sistema que hasta entonces no se había cuestionado. Poco a poco se va despertando y se rebela progresivamente. En una ciudad donde están prohibido los libros y sólo vale el entretenimiento, con paredes que son pantallas gigantes… en fin, Telecinco sería feliz Bromas aparte, no me voy a meter a analizar conceptos, pero tengo que decir que lo he marcado como “un libro para pensar”.
Y lo bueno que tiene, entre otras cosas, es que además de hacerte pensar y divagar sobre el camino que está llevando nuestra sociedad y nuestros hábitos de vida, te entretiene, que es el fin básico de la lectura, ¿no? La historia mantiene el ritmo, no hay altibajos, siendo el final absolutamente trepidante. Insisto que tiene mucho más merito si recordamos en qué fecha está escrito.
Desmarcándose de la literatura de su época, Fahrenheit 451 utiliza un lenguaje sencillo, ligero, que unido al resto de aspectos hace que te devores el libro en dos sentadas, sin dejar de ser culto y cuidado. Las construcciones son sencillas, y la disposición de los capítulos también facilita la lectura, ya que hay muchos espacios y esta correctamente dividido.
En los personajes creo que está el punto más flojo, si tengo que decir algo menos favorable. El protagonista es un petardo, algo bastante habitual, pero lejos de mi previsión pesimista al final logra sorprenderme su actitud. Los secundarios son: el jefe, un hombre leído y demasiado malo, y para mí no está justificada del todo su creencia en “el sistema”; el anciano que le ayuda, que aparece demasiado de improviso; la chica que le abre los ojos, que desaparece igual de improviso que el anciano; y la mujer, que es la secundaria que está más cuidada. Lejos de estar de acuerdo con ella, me ha encantado su personaje a la par que le he cogido un profundo odio.
Realmente poco puedo añadir de un libro tan clásico. Sólo os animo a leerlo. Para los amantes de las distopías y para los que no. Para los que les gusta la ciencia ficción y para los que no. Este libro es para todos. Está lleno de matices de símbolos. Demuestra que Bradbury se anticipó a su tiempo, que tenía mucha visión. Demuestra dónde podemos llegar si nos descuidamos un ápice del camino. Y desde luego el destino no es ni mucho menos agradable.
¡Juzga por ti mismo!
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